40 años son los que próximamente va a cumplir nuestra vida democrática, recuperada en 1983. Este domingo los argentinos vamos a ejercer una vez más, por suerte, nuestro derecho constitucional a elegir y ser elegidos. Seguramente las nuevas generaciones no tienen la dimensión exacta, como nosotros, del valor cívico de este acto, quizás justamente porque nunca dejaron de tenerlo. Lamentablemente el balance de estas cuatro décadas de democracia es absolutamente negativo, en cualquiera de los campos que analicemos y esto explicaría la abstención y el voto en blanco, que ya venimos observando en casi todos los comicios del presente año, en medio de una campaña que pareciera interesarle únicamente a los candidatos. Un botón de muestra: en nuestra ciudad de concepción, para las candidaturas a concejal, el voto en blanco superó a la lista más votada en los últimos comicios provinciales, por casi 100 votos. El desprestigio de la clase política y la desesperanza de un futuro mejor ya convencieron a cientos de miles de argentinos de que Ezeiza es la única salida posible que tenemos. Sin contradecir para nada este pensamiento, podemos sostener con certeza que en todas las elecciones de estos 40 años nadie puso su voto con una pistola en la cabeza, y suponemos, en pleno ejercicio de todas sus facultades mentales. Seguramente nos habremos equivocado un par de veces al elegir, pero millones de argentinos parecieran haberlo hecho un deporte nacional, “equivocándose” cuatro veces seguidas con el mismo proyecto político y las desastrosas consecuencias están a la vista. Entonces, dejemos de echarle la culpa de nuestras desgracias al FMI, al imperio, a la derecha, al clima, a la guerra, a los medios hegemónicos, etc. Los únicos y exclusivos artífices de nuestro lamentable presente somos los millones de argentinos que una y otra vez pusimos nuestro voto en el cuarto oscuro. No son culpables ni aún los mediocres (y nefastos) dirigentes que llegaron al poder, porque simplemente los puso Juan Pueblo, “el soberano”, y podemos asegurar que a pesar de todo (y todos) nuestra joven democracia está definitivamente consolidada. Prueba de ello es que, con el gobierno más desastroso de nuestra historia, nadie pide un golpe de estado (un verdadero anacronismo), ni helicópteros, ni adelantamiento de las elecciones, ni siquiera una marcha callejera para acelerar el recambio dirigencial. Entonces, vamos nuevamente una vez más este domingo a colocar nuestras convicciones (acertadas y equivocadas) en la urna, ya casi más como un acto de fe y perseverancia que como un deber cívico. Quizás este sea el verdadero comienzo del despegue definitivo que tanto anhelamos.
Ricardo A. Rearte
Pasaje Díaz Vélez 66 - Monteros